“Estar preocupado es ser inteligente, aunque de un modo pasivo. Solo los tontos carecen de preocupaciones”.
-Goethe-
En la década de los 80s, durante un entrenamiento en la clausurada base naval norteamericana de Roosevelt Road en Puerto Rico, solía ufanarme con mis compañeros militares y policías extranjeros de que en la República Dominicana se podía hacer vida nocturna sin temor a ser asaltado. En ese tiempo, mi mente no alcanzaba siquiera a imaginar que la preocupación por la seguridad nos quitaría el sueño cuando nuestros hijos salen a las calles, incluso a plena luz del día.
Pienso, en honor a la verdad, que por asesorías incorrectas, la voluntad política desde el gobierno, a pesar de las grandes inversiones en seguridad hechas en los últimos años, ha sido mal dirigida para enfrentar la delincuencia, la criminalidad y tráfico de drogas. En algunos aspectos estos jinetes del Apocalipsis del milenio han sido mal enfocados, con una planificación estratégica muchas veces sustentada en parámetros erróneos o en métodos inadecuados. Los resultados, lamentablemente, me dan la razón.
En ese contexto, veo con preocupación que en ocasiones, los postulantes a posiciones importantes dentro del esquema militar y policial, se buscan en función de las relaciones interpersonales y económicas, sin tomar en cuenta la capacidad, moralidad y experiencia del candidato propuesto, y es ahí donde creo radica la raíz del problema. La gravedad de los acontecimientos nos obliga a dejar ese estilo isleño.
Imaginémonos, que el director del muy conocido Bureau Federal de Investigaciones (FBI) de los EEUU y el jefe antidrogas, hayan alcanzado esas posiciones simplemente porque eran vecinos de infancia, compañeros de colegio o socios de un encumbrado dirigente del partido gobernante. En los países institucionalizados esas decisiones son usualmente colegiadas y las toma siempre un consejo de notables, expertos en las interioridades de la rama que se quiere escoger, aplicando el conocido lema: “zapatero a tu zapato”. En esos esquemas se cometen errores, pero su margen es menor, ya que la planificación estratégica bajo el manto de la institucionalidad es la regla del desarrollo de las organizaciones que hace predecible sus acciones.
Compartiendo largos años con compañeros de fuerzas militares latinoamericanas, pude observar el patriotismo, respeto a las leyes y tradiciones, así como el sentido de identidad y honor que rigen en esos países hermanos. Ese es el mayor muro de contención para enfrentar las tentaciones que siempre vendrán de las fuerzas del mal.
Sin dudas, la Guerra Fría influyó mucho en nuestro país en lo relativo a seguridad, defensa y orden público, ya que esas estructuras sensitivas que se desarrollaron después de la Era de Trujillo, se conformaron en función del interés nacional norteamericano en esos ámbitos y en la lucha contra el narcotráfico. Desde hace muy poco tiempo es que se está enfocando el problema, más o menos, con una doctrina bajo el catalejo de nuestro interés nacional.
Pero a veces, las medidas relativas a la seguridad pública dan a entender como si se quisiera comer un huevo sin romper el cascarón, intentando evadir el conflicto que se genera cuando, para lograr los objetivos trazados, se afectan intereses políticos, económicos y hasta sentimentales.
Me preocupa el peligroso endeudamiento público progresivo, que casi nadie percibe, solo hasta que llega una reforma fiscal que impacta las clases medias y pobres, al igual que el flagelo de la corrupción, como pasó en Grecia hace poco. El 2016 se vislumbra mustio, porque, entre otras calamidades, en el 2015, por la falta de lluvias no ha habido una buena producción agrícola para alimentar al pueblo en el 16, y como ejemplo de lo que digo, solo hay que ver la actual carencia de plátanos. Esos problemas en un país con poca educación, sin institucionalidad y un irrespeto garrafal a las leyes, que ni las de tránsito se cumplen ni se hacen respetar, se pueden tornar en arma letal. Eso me preocupa porque los acontecimientos venideros proyectan su sombra anticipada.
El agravante de que hacemos frontera con el país más pobre del hemisferio, el cual nos lo quieren endosar de la misma manera que fue condenado Atlas a sostener el mundo bajo sus hombros, eleva mi preocupación. Y la verdad, últimamente he visto cierta timidez del gobierno con respecto a la aplicación de nuestras leyes migratorias, contrario a la manera veleidosa y ladina con que siempre actúan los malagradecidos políticos y diplomáticos del Oeste.
Pienso y creo que el ideario duartiano, con Dios como faro, y el respeto a la Constitución y las leyes son la plataforma para enfrentar el problema. Es hora de que el Estado despierte y no piense que la seguridad nos la dará un escudo mediático.
Hay que unificar criterios en base a la realidad, para que la verdad llegue donde debe llegar. Hay que actuar, pero como debe ser, en base a estrategias, es decir, el conjunto de pautas y principios que sirven de orientación al proceso administrativo, a toda gestión, para el logro de los objetivos trazados.
Quienes dirigen la cosa pública, con un Presidente popular y preocupado por el desarrollo del país, deben aprovechar el viento que tienen ahora a su favor, el cual puede cambiar de repente, para realizar las grandes transformaciones en las estructuras del Estado, sobre todo en la Policía Nacional, donde hay un valioso recurso humano desmoralizado, desorientado y muy mal pagado, sin la filosofía de que ese servicio a la patria no debe tener ninguna relación con la doctrina económica de la sociedad, es decir, el uniformado no debe pensar, cuando comanda, que está dirigiendo una empresa comercial.
Nuestro país atraviesa una gran crisis moral; lo malo y lo bueno se han relativizado y, en algunos casos, invertido. Esa es una situación muy peligrosa, pues como decía Demócrates “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”.
Es curioso ver algunas reacciones absurdas e incluso ofensivas, criticando las opiniones que aportan, que provienen de personajes que se benefician por paternalismo o populismo, al llevar una vida simbiótica con el Estado y las empresas privadas, algunos en base al chantaje y la extorsión, aliados al lado oscuro; más aún, cuando surgen voces conscientes y respetuosas, reclamando acciones efectivas para corregir los males que no nos dejan salir del atraso quitándonos la felicidad y la anhelada paz social.
De la misma manera que el Centurión, en su brioso caballo contemplaba la ejecución, impasible, altivo, y severo; de esa misma manera la sociedad debe contemplar al delincuente que roba, mata y se apodera de los bienes del pueblo cuando lo llevan para la ergástula, después de haber recibido de la justicia, como debe ser, todo el peso de la ley, auxiliada de la falcata que pide el Cardenal, sin vacas sagradas ni culpables favoritos.
Por todo lo expuesto, reitero aquí que estoy preocupado.
El autor es miembro fundador del Círculo Delta